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lunes, 25 de noviembre de 2013

APOÑO Y LA PÓCIMA DEL SILENCIO


Un presidente de la UD Las Palmas que la historia recordará por su elegancia en el trato fue Germán Suárez, gentil siempre entre conocidos y extraños. No se le recuerda palabra más alta que otra, ni gesto que no dibujara su hidalguía en todos los escenarios que pisaba, tanto en los profesionales como en los deportivos. Al fútbol iba con su puro, habitual compañero, para disfrutar. Y fue presidente del club grancanario por aquel argumento de las rotaciones aplicadas entre los miembros de la cúpula Gerencia Deportiva; sistema que, como se comprenderá, tampoco es exclusivo en las decisiones Sergio Lobera. Pero el fútbol y la competición tiene 'un no sé qué' capaz de crear en cualquier humano momentos de perplejidad, inhabituales. Suárez, en una única ocasión, rompió su estilo para calificar como "peor que una mosca cojonera" la actitud que había padecido en el palco del Insular por parte María Teresa Rivera, su colega del Rayo, en un partido de Liga de Segunda. Por un día y en un instante, el fútbol transformó uno de sus conceptos. No volvió a repetirse por más situaciones incómodas que hubiese vivido.

Apoño debe saber que tener reacciones como las que él mismo protagonizó el pasado sábado en el Miniestadio no es exclusividad suya; le ha podido pasar a jugadores con todo tipo de rangos y en circunstancias especiales. Debe saberlo, pero conocerlo no puede convertirse en su refugio. Ha hecho este lunes lo correcto: pedir perdón a aficionados y compañeros e intentar aclarar qué pasó en aquel instante fatídico ante el Barça B. Pero ahora viene lo peor de todo el entramado y es la resolución que adopte el Comité de Competición para definir si "sinvergüenza cinco veces" -lo que figura en el acta es la Biblia- es considerado insulto y en qué grado. Hasta diez partidos de sanción amenazan; un exceso sin duda.

Hay otra realidad que vive parelela en él: el Apoño que realmente interesa suma 23 puntos cosechados con la UD Las Palmas y 0 durante sus dos ausencias. Lo quiere él mismo dejar en curiosidad estadística, pero hay algo más detrás de este dato. No es casual. El Apoño perjudicado a título personal por lo que vendrá desde Competición también lesiona de manera directa al propio colectivo. Y no sólo por las circunstancias venideras, sino porque el escenario de una expulsión merma de forma directa a la UD Las Palmas en los encuentros. Esta vez, no hubo consecuencias porque el 1-2 fue inamovible. Pero él mismo lo subrayó este lunes: "Nos estamos jugando muchísimo".

Está claro que, en muchos aspectos, el malagueño es el nuevo Samways de la UD Las Palmas. Un jugador dotado de fuerte carácter, que acompaña sus actuaciones con correctas lecturas del juego e inyección de ánimo a sus compañeros, a los que logra espolear. Ese Apoño es el que fichó la UD, a quien este proyecto de ascenso necesita. Ha de imponerse sobre el otro, convenciéndole de que "las palabras que son inequívocas en un affaire son las que no se pronuncian".

martes, 12 de noviembre de 2013

¿ROTACIÓN O MERITOCRACIA?


A nuestro juicio, el diccionario de la RAE no recoge con exactitud en qué se convierte el entrenador de un colectivo de fútbol o de cualquier modalidad deportiva. Debería añadir en el concepto general que acaba siendo a veces un padre espiritual del grupo y, siempre, un administrador de egos que han de unirse en pos de un objetivo. El técnico y su equipo de trabajo son gestores de una idea e impulsores anímicos de ella. Porque la teoría de su labor se realiza con muñecos pintados en una pizarra; la realidad, sin embargo, es el campo de batalla. Y ahí su influencia es condicional.

Nunca uno mejor que el del 92. Hay, entrenadores y entrenadores, ideas e ideas y todo tipo de jugadores. Pero no ha habido en la historia del deporte mundial un equipo como el que Estados Unidos fabricó en 1992 para recuperar la hegemonía olímpica de su deporte patrio: el baloncesto. Le correspondió a Chuck Daly ser el técnico jefe de coordinar aquella amalgama de fenomenales baloncestistas, extraordinarios en todas las facetas del juego y líderes en sus respectivos clubes; eran acróbatas, malabaristas, atletas, ... y, entre ellos, un ilusionista. Ese conjunto empleó doce partidos en Badalona para la reconquista del oro olímpico y Daly utilizó como herramienta de trabajo el mantener a los once magníficos la condición de números uno, de mejor entre los mejores, de imprescindibles e ídolos planetarios. A todos, salvo el caso excepcional del novato universitario Christian Laettner, el duodécimo invitado que aún no se sabe cuál era su rol en aquel Dream Team.

Daly hizo todo tipo de concesiones y fue el entrenador que mejor ha sabido usar las rotaciones para mantener la llama del mejor equipo de todos los tiempos. Actuaba con ventaja con respecto a sus colegas: Podría formar cualquier combinación de quintetos con resultados impecables. Daba igual que Magic Johnson funcionara como base, escolta, alero o pivot; que Jordan diera la asistencia a Drexler o viceversa. Que jugara Mullin, Bird, Pippen, Malone o Barkley. Se divertían y dominaban con amplitud frente a defensas zonales, mixtas e individuales. Que unos fueran iniciales y otros reservas en las salidas de pista o al término de los partidos. Porque, además, el baloncesto consiste precisamente en rotar, variar cuantas veces quisiera por decisión del técnico. Bajaron los del Dream Team de una galaxia para deleitar a los humanos que fueron a verles. Consiguieron todos sus objetivos; también el entrenador.

Circunstancias excepcionales. Aquellos egos siempre recibieron sobredosis afectiva por parte del jefe del banquillo; sin fisuras. Chuck Daly, que había llevado antes a Detroit Pistons a la gloria NBA, había alcanzado una cima superior sin apenas romperse la cabeza. Fue, en realidad, juez de paz y aún así hubo de equilibrar protagonismos midiendo bien cada centímetro en el parqué de sus actores. Y soportar algún ataque de otras estrellas de idéntico nivel que no recibieron el beneficio de la elección para estar en el grupo. Sin embargo, no fue capaz aquel equipo de ensueño de levantar debate alguno. Sus circunstancias fueron tan excepcionales como lo eran los propios protagonistas.
Pero, ¿el concepto rotación está al alcance de todos los colectivos?. Esa palabra la ha puesto en práctica aquí mismo hace unas semanas Sergio Lobera. Se refiere a la combinación de tres elementos unidos de dos en dos, que es la probeta de tal medida; aunque por inercia esa actuación genera expectativas en las demás posiciones titulares en la UD Las Palmas. Porque se produce en un equipo donde, en quince encuentros, no se han enlazado dos formaciones titulares consecutivas.

Estamos ante un creciente debate que alimenta dentro y fuera resultados como los del pasado fin de semana en Alicante: ¿qué es mejor en el fútbol, la rotación o la meritocracia?. En cualquier caso, la aplicación de ambos conceptos es subjetiva, porque depende en exclusiva de las valoraciones del entrenador. Lobera no es Daly, Las Palmas no es el Dream Team ni el fútbol ofrece la posibilidad de rotar piezas en una misma batalla con tanta carta blanca como lo hace el baloncesto.

Una espoleta. La rotación, aplicada así, ofrece una tendencia al descontento de más de uno. Cuestiona el mismo concepto de la competencia entre los profesionales. Es una espoleta fuera; posiblemente también en el seno del colectivo. Porque las expectativas de otros jugadores en órbita se amplían, también la seguridad de los que esperan ser rotados al banquillo. Y, en suma, correría el riesgo de sufrir temblores la verticalidad de las decisiones del propio entrenador. La rotación en un deporte donde sólo once son protagonistas, donde tres más pueden acceder al escenario de forma parcial y otros siete no tienen un papel, es un concepto que tiene muchas aristas para mantener compacto el grupo con tantos y tan poderosos egos.

También el diccionario debería matizar la definición sobre un equipo de fútbol en general: una alineación que se recita de memoria, un banquillo con siete en estado de alerta y un grupo de 'enfadados' viendo el partido tras la barrera.

La frase sencilla de Sergio Kresic, aplicada en grado extremo, encuentra a nuestro juicio una puerta de salida en cinco palabras: "Los domingos juegan los mejores".